A finales de octubre tuvo lugar la entrega de las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes correspondientes a 2008 a distintas personas e instituciones en reconocimiento a su labor en pro de la cultura española. El acto, como es tradicional, estuvo presidido por los Reyes de España y se celebró en esta ocasión en la ciudad de Santander. De todos los galardonados, el matador de toros Francisco Rivera fue quien recibió los mayores aplausos cuando le fue entregada la medalla. Esa ovación fue una especie de acto de desagravio ante la postura de los toreros José Tomás y Paco Camino, quienes ya habían sido distinguidos con la misma medalla en ediciones anteriores y que anunciaron su intención de devolverla al considerar que Rivera carecía de los méritos necesarios para recibir tal distinción.
El surreal conflicto taurino vuelve a poner de manifiesto la incongruencia de un premio que con el transcurso del tiempo ha ido distanciándose cada vez más del sentido verdadero de la locución "Bellas Artes". La Medalla de las Bellas Artes es una distinción creada por el Ministerio de Cultura de España para reconocer principalmente a los miembros más relevantes de las artes escénicas y de la música, pero es obvio que está orientada a adulterar arbitrariamente el concepto "Bellas Artes" hasta incluir bajo su laxo criterio a cocineros y toreros como si estos pudieran equipararse a los genuinos agentes de las artes bellas como son los artistas plásticos, los músicos, los poetas o los cineastas.
Como se sabe, las Bellas Artes comprenden la arquitectura, la escultura, la pintura, la música (el teatro), la declamación (la poesía) y la danza. A estas seis artes se sumó el cine, hoy conocido como "séptimo arte", después de que esta expresión fuera acuñada por Ricciotto Canudo, primer teórico del cine, en 1911. También sabemos que este concepto de las Bellas Artes, de origen clásico y basado en la noción de belleza, se ha ido transformando en otro más ilustrado y acorde con los tiempos, que ampara artes visuales en las que ya no rige necesariamente lo bello. En todos los casos, esta alocución no incluye nada semejante a lo que pueda llamarse "arte culinario" o "arte del toreo". Es simple de entender.
La vulgarización del concepto de arte que delata la lista anual de los personajes reconocidos con la Medalla de Oro de las Bellas Artes parece apuntar al deseo de alcanzar simplemente el impacto mediático. Así es como, desde 1996, los toreros y los cocineros galardonados triplican a los historiadores de arte y se igualan en número a los artistas plásticos reconocidos con la misma medalla. Para ser coherentes, y ya que al Ministerio le resulta tan incómoda la aparente impopularidad de las verdaderas Bellas Artes, bastaría con cambiar el nombre de este reconocimiento a uno que incluya simplemente el término "cultura", en el que, ya lo sabemos, hoy caben muchas cosas.
El surreal conflicto taurino vuelve a poner de manifiesto la incongruencia de un premio que con el transcurso del tiempo ha ido distanciándose cada vez más del sentido verdadero de la locución "Bellas Artes". La Medalla de las Bellas Artes es una distinción creada por el Ministerio de Cultura de España para reconocer principalmente a los miembros más relevantes de las artes escénicas y de la música, pero es obvio que está orientada a adulterar arbitrariamente el concepto "Bellas Artes" hasta incluir bajo su laxo criterio a cocineros y toreros como si estos pudieran equipararse a los genuinos agentes de las artes bellas como son los artistas plásticos, los músicos, los poetas o los cineastas.
Como se sabe, las Bellas Artes comprenden la arquitectura, la escultura, la pintura, la música (el teatro), la declamación (la poesía) y la danza. A estas seis artes se sumó el cine, hoy conocido como "séptimo arte", después de que esta expresión fuera acuñada por Ricciotto Canudo, primer teórico del cine, en 1911. También sabemos que este concepto de las Bellas Artes, de origen clásico y basado en la noción de belleza, se ha ido transformando en otro más ilustrado y acorde con los tiempos, que ampara artes visuales en las que ya no rige necesariamente lo bello. En todos los casos, esta alocución no incluye nada semejante a lo que pueda llamarse "arte culinario" o "arte del toreo". Es simple de entender.
La vulgarización del concepto de arte que delata la lista anual de los personajes reconocidos con la Medalla de Oro de las Bellas Artes parece apuntar al deseo de alcanzar simplemente el impacto mediático. Así es como, desde 1996, los toreros y los cocineros galardonados triplican a los historiadores de arte y se igualan en número a los artistas plásticos reconocidos con la misma medalla. Para ser coherentes, y ya que al Ministerio le resulta tan incómoda la aparente impopularidad de las verdaderas Bellas Artes, bastaría con cambiar el nombre de este reconocimiento a uno que incluya simplemente el término "cultura", en el que, ya lo sabemos, hoy caben muchas cosas.